lunes, 15 de diciembre de 2014

LA ESPAÑA DEL REALISMO

LA ESPAÑA DEL REALISMO
            Durante los primeros años del siglo XIX, la burguesía desempeñó un papel agitador contra el antiguo régimen; pero al convertirse en “la burguesía de los negocios”, provocó el enfrentamiento de los trabajadores. Entre 1868 y 1875, el movimiento obrero cobró verdadera entidad.
            En esta época, se sucedieron períodos políticos de cambio:
Reinado de Isabel II (1833-1868): se desarrolló con turno de partidos en el poder. La monarquía entró en crisis, entre otras causas, porque los gobiernos moderados que la reina apoyó no realizaron las reformas económicas y sociales que el país necesitaba.
La Revolución de 1868: durante todo el siglo XIX se buscó un sistema político constitucional que acabara con los privilegios de la aristocracia y el Antiguo Régimen. Uno de estos intentos fue la Revolución de 1868 (la Gloriosa), a raíz de la cual Isabel II tuvo que renunciar al trono y exiliarse.
El sexenio democrático (1868-1874): durante seis años se vivió un período convulso en el que se ensayaron varios regímenes políticos, ninguno de los cuales llegó a cuajar: ni la monarquía parlamentaria de Amadeo I de Saboya ni la I República española (1873-1874).
Restauración de la monarquía borbónica Alfonso XII (1875-1886): se turnaron dos partidos, el conservador y el liberal.
El movimiento obrero: los obreros comienzan a organizarse en sindicatos y partidos políticos.

Rasgos de la novela realista:
·         Los autores pretenden que sus obras sean verosímiles, con personajes y situaciones que, sin haber existido en la realidad, resulten convincentes.
·         Como el reflejo de la realidad no puede ser total, selecciona solamente aquello que le interesa retratar.
·         Busca la exactitud en los datos, por lo que la fase previa a la escritura requiere un riguroso proceso de documentación.
·         Los personajes proceden del mundo más inmediato: el clero, la política, la burguesía, la aristocracia o el pueblo llano. Los protagonistas aparecen definidos por sus pensamientos, sus sueños, sus defectos o sus virtudes. Al autor le interesa profundizar en el análisis de caracteres, conocer cómo es el hombre y qué piensa de lo que le rodea.
·         La novela de esta época cuenta una historia con un principio y un final en un espacio y en un tiempo concretos, y la acción avanza de forma lineal.
·         Temas: relaciones amorosas conflictivas, el adulterio; el conflicto entre tradición y progreso; el anticlericalismo.
·         El narrador omnisciente puede adoptar un punto de vista más o menos objetivo, pero normalmente interviene en la obra  con opiniones y juicios.
·         En las novelas realistas debe distinguirse entre cómo habla el narrador y cómo los hacen los personajes. El lenguaje del narrador suele ser culto y cuidado, pero también puede adoptar el registro coloquial. Los personajes se expresan de acuerdo con su condición social y cultural.
·         Los diálogos pretenden salvar la monotonía y conseguir una impresión de realidad.
·         Se introducen minuciosas y detalladas descripciones de ambientes, que interesan por sí mismas, y retratos de la vida interior de los personajes, así como de su aspecto externo.

HISTORIA DE LA NOVELA REALISTA EN ESPAÑA

            Para el desarrollo de la prosa realista tiene una gran importancia el auge del periodismo. La mayor parte de los prosistas del XIX ejercitan su pluma en los periódicos. La prensa, por pura necesidad de proximidad al lector, crea una prosa directa, liberada de la grandilocuencia romántica. En uno de los géneros periodísticos, el artículo de costumbres, estaba el germen de lo que iba a ser luego la novela realista.
            Cuando triunfa el Realismo, el costumbrismo periodístico va siendo sustituido en la prensa por otro género narrativo: el cuento. Más evidente cuanto más avanza el siglo. La proliferación de relatos breves es insólita y su número se cuenta por millares. Aunque a veces no es fácil distinguirlos de los cuadros costumbristas, suelen reflejar la España contemporánea y prefieren el entorno urbano y los ambientes burgueses.
            El costumbrismo se encuentra también la base de otro aspecto característico de la novela realista: el gusto por la novela regional. En Andalucía están ambientadas muchas de las novelas de Fernán Caballero y de Juan Valera; en Cantabria las de José Mª de Pereda; en Asturias las de Palacio Valdés. En estas novelas se observan y documentan minuciosamente las costumbres locales.
            Entre los realistas españoles suelen distinguirse dos grupos: los conservadores o tradicionalistas y los liberales o progresistas. Esta oposición ideológica es visible en los textos literarios y se manifiesta, por ejemplo, en la oposición las novelas entre el campo y la ciudad. Para los conservadores (Pedro Antonio de Alarcón, Juan Valera) la sociedad campesina es idílica, la ciudad es un nido de corrupciones y, en sus argumentos, los personajes del sencillo e inocente medio rural son destruidos cuando entran en contacto con la urbe. Para los liberales, en cambio, la ciudad es el lugar de la civilización moderna y del progreso, mientras que el campo –o la pequeña capital de provincias- es un medio inculto y atrasado en donde los personajes procedentes del medio urbano, instruidos y liberales, se enfrentan con graves problemas. Estas son las claves temáticas de las novelas de tesis, que escriben los narradores de ambos bandos para defender sus postulados ideológicos. En estas novelas de tesis los personajes son, en general, meros tipos y se encuentran definidos de antemano: sirven como vehículo para exponer las ideas del autor.
            Además del costumbrismo, otras influencias literarias contribuyen también a la consolidación de la novela realista española: Una es, por supuesto, la de los grandes escritores realistas europeos, que fueron bien conocidos tanto de forma directa, como a través de traducciones. Otra es la novela de folletín, muy leída por los realistas españoles, y de la que tomaron motivos y recursos diversos, aunque también la criticaron y la parodiaron en sus propias novelas. Otro precedente literario es la novela histórica romántica, que, sobre todo, les sirve a los realistas como contramodelo: frente a la ambientación en el pasado y la imprecisión temporal, características de la novela romántica, la realidad contemporánea y la precisión de los datos, típicas de la novela realista; frente a los casos insólitos y maravillosos de los relatos románticos, sucesos y personajes comunes y corrientes en los realistas. Finalmente, una fuente muy importante de la novela realista española es la de la prosa española de los siglos XVI y XVII (Cervantes, la picaresca, Quevedo…), que era asimismo bien conocida por los realistas europeos.
            La transición de la prosa romántica a la novela prerrealista se manifiesta en las obras de Fernán Caballero y Pedro Antonio de Alarcón. El realismo se consolida con la narrativa de Juan Valera, José María de Pereda, Emilia Pardo Bazán y, sobre todo, de Benito Pérez Galdós y de Leopoldo Alas, “Clarín”.
Fernán Caballero: seudónimo de Cecilia Böhl de Faber. Se la considera precursora del Realismo español; pero aún sus obras tienen muchos elementos románticos, muy condicionada por las creencias católicas y la idealización con que pinta tipos y paisajes andaluces la alejan de los presupuestos centrales del Realismo. Su obra más conocida es La gaviota.(1849)
Pedro Antonio de Alarcón: Es también un escritor prerrealista, cercano aún al Romanticismo y a la prosa costumbrista. Conservador y neocatólico. Sus novelas no son de gran calidad: sus personajes carecen de individualidad y son maniqueos, los argumentos son inverosímiles y su lenguaje peca de excesiva verbosidad. Una excepción sorprendente es la novela corta El sombrero de tres picos (1874). Alarcón gana en las narraciones breves, donde la carga moralizante se atenúa.
            Ya dentro del Realismo:
José María de Pereda: Es el máximo representante de la novela tradicionalista. De hidalga familia cántabra, fue toda su vida un católico militante y, políticamente, se situó en el ámbito del carlismo, al que representó en el Parlamento como diputado.
Defiende en sus obras el mundo rural, idílico, frente a los males del mundo urbano y burgués, que representa para él la degradación y la corrupción. Casi todas sus novelas (excepto algunas ambientadas en Madrid, prototipo de la perversión de la gran ciudad) transcurren en su región cántabra, y son un ejemplo de la novela regional. Sus obras adolecen de muchos defectos: personajes acartonados, moralismo abrumador, constantes intromisiones del narrador, argumentos faltos de intriga. Sin embargo, son apreciables su gran calidad descriptiva, tanto del paisaje como de tipos locales, y la riqueza lingüística. De entre sus novelas destacan Sotileza (1884) y sobre todo Peñas arriba (1895).

Juan Valera: Es uno de los escritores más cultos de su generación. Frente a otros autores, Valera se preocupa más por los aspectos estéticos que por la descripción de la realidad. Defiende el carácter poético de la novela y postula un tipo de narración que estudie más el interior de los personajes que lo externo a ellos. Reclama una literatura que cree objetos bellos que deleiten al lector, dejando a un lado cualquier preocupación por la sociedad del momento. Según él, el arte debe carecer de intención moralizadora y limitarse a crear sentimientos, pasiones, caracteres, emociones. Su único fin es agradar al lector. En consecuencia, sus novelas se mueven dentro de marcos ideales donde difumina los conflictos sociales de la época. Tampoco sus personajes hablan de manera realista; su estilo es culto y academicista. Aunque el narrador interviene en los relatos, el uso de la ironía pone distancia entre los personajes y el autor. El amor es el tema de la mayor parte de sus novelas. La primera y más valiosa es Pepita Jiménez (1874), recreación de una sociedad patriarcal en la que los conflictos son, en el fondo, insustanciales y donde acaba reinando la felicidad más absoluta.
Benito Pérez Galdós: Es el más importante de todos los narradores realistas. Nació en Las Palmas de Gran Canarias en 1843 y murió en Madrid en 1920.  De ideas liberales  y anticlericales, con gran fe en la educación y el progreso, fue diputado por el Partido Liberal y luego fue republicano. Las fuerzas conservadoras impidieron su candidatura al Premio Nobel de Literatura.
Estilo:
·         Acción lenta por las numerosas digresiones y descripciones detalladas de personajes, objetos y ambientes, que crean la atmósfera de realismo.
·         Narrador omnisciente y subjetivo, ya que entra en la mente de sus personajes y comenta con ironía y humor el comportamiento de los mismos.
·         Caracterización psicológica indirecta mediante diálogos, monólogos interiores y sueños de sus personajes.
·         Reflejo de todos los registros: lenguaje popular, expresividad oral, argot, muletillas, neologismos de moda en su época.

Destaca por la creación de personajes y su capacidad para integrar la historia del país en la vida de esos seres.
Novelas de la primera época: novelas de tesis.
            La labor narrativa del autor comienza con la publicación de La fontana de oro (1870), una novela histórica con elementos costumbristas.
A partir de 1873 dio inicio a la serie de los Episodios nacionales: Se trata de 46 novelas distribuidas en cinco series, cada una de diez episodios (menos la última, que solo tiene seis). Son narraciones sobre los acontecimientos históricos más importantes en la España del siglo XIX. Sus títulos aluden a sucesos históricos: Trafalgar, Bailén, La batalla de Arapiles… En relación con esos grandes hechos, se narran episodios de la vida cotidiana de personajes ficticios, cuyas vidas conforman la trama.
            Irá alternando los Episodios nacionales con otras novelas como MarianelaDoña Perfecta.
            Son novelas de tesis, que exponen conflictos ideológicos, de tema religioso y anticlerical. Los personajes y las tramas están sometidos a las ideas del autor y sirven para ejemplificarlas: carecen de autonomía y complejidad psicológica y caen en el maniqueísmo de “buenos” frente a “malos”. Los ideales de libertad, de tolerancia y progreso que defiende Galdós se enfrentan al conservadurismo, la intolerancia y una religiosidad que niega valores auténticamente cristianos.
            Los medios empleados por el autor para presentar su tesis son, principalmente, la conducta y las opiniones de los personajes, símbolos y portavoces de las ideas y los comentarios del narrador omnisciente que apela al receptor lo guía en la lectura y moraliza. Los temas principales de esta primera época son la intolerancia y la hipocresía.

Novelas de la segunda época: novelas contemporáneas.
           
            La segunda serie se abre con La desheredada (1881) a la que siguen otras como El doctor Centeno, Miau y una de las obras maestras del autor: Fortunata y Jacinta (1886-1887).
            En las novelas contemporáneas, Galdós inventa un mundo ficticio, reflejo de la realidad de la época y en el que Madrid adquiere un papel protagonista; a través de los barrios madrileños el autor ofrece una visión de la España de la época.
            Los personajes de esta serie son más complejos. Se incorporan, además, elementos naturalistas: las causas biológicas y, especialmente, sociohistóricas de la conducta de los personajes, pero finalmente, estos actúan movidos por sus valores.
            En estas novelas Galdós desarrolla diversas técnicas narrativas:
Predominio del narrador omnisciente.
Diálogos que permiten ofrecer perspectivas diversas sobre la realidad y caracterizar a los personajes según sus usos lingüísticos.
Monólogo interior, estilo indirecto libre y modo teatral, forma dialogística totalmente novedosa en la que los parlamentos de los personajes presentados sin intervención de un narrador y con acotaciones (los capítulos de La desheredada escritos de este modo se titulan “escenas”).
También emplea en estas obras humor, ironía y parodia.

Novelas espiritualistas.

            En las novelas espiritualistas de Galdós prevalecen los valores evangélicos: el amor y la caridad cristiana.
            Estos relatos constatan la desilusión ideológica del autor por el fracaso de la burguesía para transformar la sociedad y su recurso a la trascendencia, a los auténticos principios del cristianismo. La crisis de fin de siglo implica la transformación del Realismo, próximo ya a su fin.
            Estas obras se relacionan con el espiritualismo de escritores rusos como Tolstoi y con un nuevo idealismo que desarrolla conflictos éticos. Aparecen personajes humildes, imbuidos de altos valores morales y gran sentido del deber. En Misericordia (1897) la bondad y la caridad de la protagonista destacan en un medio de extrema pobreza.
            El espacio preferido en estas novelas ya no es el Madrid de la burguesía, sino el de los barrios más miserables de la época.

Últimas novelas.

            Las últimas novelas de Galdós –Casandra (1905), La razón de la sinrazón (1915)- mezclan el realismo con lo maravilloso y fantástico. En ellas hay puntos de contacto con la ideología de los escritores del 98: el conocimiento y el retrato de la geografía castellana y al vida cotidiana de los seres anónimos. En general, manifiestan confianza en la educación como medio para transformar el país.








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